La humanidad ha observado el cielo estrellado sin ninguna ayuda óptica hasta la aparición del telescopio a principios del siglo XVII. Galileo Galilei, escudriñó la bóveda celeste con una lente de sólo 3.5cm de diámetro y el primer espejo construido por Newton era de 2.5cm. Charles Messier compiló la mayor parte de su famoso catálogo con un telescopio equivalente a un actual acromático de 6cm. Todos ellos eran artilugios muy mediocres, de escasa calidad óptica y muy baja transmisión de luz con los que era muy difícil superar los 30 aumentos. Pero permitían ir más allá de nuestros ojos, ampliando nuestro horizonte cósmico. Contemplar el firmamento a simple vista o con pequeños aparatos tiene un encanto especial, permite ponerse en la piel de nuestros ancestros o rememorar las observaciones de los pioneros de la historia de la astronomía. Además, el diminuto tamaño de estos instrumentos los hace muy transportables, versátiles y amigables. En MICROSATRONOMIA, el visitante podrá encontrar observaciones realizadas bajo el firmamento nocturno con diversos “pequeñines”, en las que lo más relevante ha sido disponer de un buen cielo estrellado, la parte más importante de nuestro equipo astronómico.